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Dice el profeta que el rostro de Dios resplandece más que el sol y que Su larga cabellera es blanca más que la nieve y que Su voz ruge con estruendo como de un río, y a Su lado el hombre nada es.
Pienso en estas cosas a veces, cuando amanece, cuando levanta el sol, y la mente se me estanca en dogmas y misterios que poco o nada entiendo, y sólo puedo concluir que el hombre nada es.
Dice el poeta que Dios es más de lo que el cura opina, que Su piedad supera la de todos los seres, que Su luz desvanece la penumbra del hombre que busca perdón, hombre que nada es.
Me aterra, cuando pienso en esta vida y lo dura que es, que Dios esté tan lejano de nuestros modos, allá tan distante, que Su luz no nos alumbre y quedemos a tientas, porque el hombre nada es.
Dice mi hermano que Dios se encuentra en los detalles, no en la geometría de las constelaciones ni en el eco azul del insondable firmamento, y lo asegura sabiendo que el hombre nada es.
Confieso que no sé si Dios habita los valles o si transita nebuloso las dimensiones o si es algo tan sencillo como el diario aliento, porque resignado entiendo que el hombre nada es.
Vistiendo harapos de hombre errante por doquier voy. Me sé efímero como un nocturno suspirar.
Me aplasta cobrar consciencia de que nada soy. Y recién así tanteo un dios en quien confiar.
Y recién así descubro al Dios en quien confiar.
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